
En San Pedro Toxín, vive la familia de Prisma, de 36 años, ama de casa, y Juan Carlos, de 35, quien trabaja como campesino. Con ellos viven sus tres hijos: Carlos Guadalupe, de 16, quien solo estudió hasta la secundaria y está en casa; Natalí, de 14, estudiante; y Jesús, de 6, también estudiante.
La familia vive en casa del padre de Prisma, compartiendo el hogar con un total de 15 personas, lo que genera un hacinamiento severo. Aunque tienen un cuarto propio a unos 5 metros de la casa principal, todas las demás actividades (cocinar, usar el refrigerador, etc.) dependen del espacio compartido. Esta situación, a pesar de que pagan sus servicios (luz en la casa principal, agua por pareja mensualmente), evidencia una vulnerabilidad significativa en términos de espacio, privacidad y autonomía, impactando directamente su calidad de vida y desarrollo familiar.
El cuarto donde duerme la familia de Prisma es de lámina, con ventanas sin vidrio y sin puerta, lo que expone a sus miembros a las inclemencias del tiempo. En este espacio, que no tiene luz propia, disponen de tres camas para los cinco. Aunque tienen acceso a una estufa, refrigerador, televisión y lavadora, estos se encuentran en la casa principal, que es de ladrillo con piso de cemento. El baño es exterior, con fosa, y el área de la taza y la regadera están juntas. Para sus pertenencias, cuentan con un ropero y dos cajoneras en su cuarto.
La familia de Prisma y Juan Carlos busca el apoyo de Construyendo con la esperanza de obtener un hogar digno y funcional. La extrema falta de espacio y privacidad en su situación actual de hacinamiento afecta el desarrollo de sus hijos y su bienestar general. Una vivienda propia y adecuada, libre de las limitaciones actuales, no solo les brindaría la intimidad y seguridad que necesitan, sino que también les permitiría construir un futuro con mayor autonomía y prosperidad para todos sus miembros.