
Vivir en una casa prestada implica una constante incertidumbre y limita el desarrollo de una familia. La falta de seguridad y estabilidad genera preocupación, pues no se tiene la certeza de cuánto tiempo podrán permanecer ahí. Además, compartir espacios sin autonomía ni privacidad afecta la convivencia diaria y el bienestar, especialmente cuando se trata de criar a los hijos en un entorno digno y seguro.
En la comunidad de San Pedro Toxín vive la familia de Juan Carlos Chávez Campos, de 27 años, campesino, y su esposa Verónica Juliana Romero Ceja, de 25 años, ama de casa. Tienen dos hijos: Karla Fernanda, quien asiste a la escuela, y Leonel Isaac, aún muy pequeño. Actualmente, la familia vive desde hace 6 años en una casa prestada, compartiendo el espacio con los abuelos de Juan Carlos.
En total habitan 6 personas bajo el mismo techo, lo que ha generado una situación de hacinamiento. Esta convivencia limitada, sin privacidad ni autonomía, representa una clara muestra de la falta de un hogar propio y de condiciones adecuadas para su bienestar y desarrollo familiar. Aunque cuentan con servicios básicos, la lejanía del centro de salud y la falta de un espacio independiente hacen más difícil su día a día.
La mayoría de las personas de su comunidad se dedican al campo, lo cual refleja también las limitadas oportunidades económicas en la zona. El principal motivo por el que buscan apoyo es para poder construir una vivienda propia, digna y segura, que les brinde privacidad, estabilidad y mejores condiciones de vida.
Un hogar propio no solo les daría seguridad, también significa esperanza: un lugar donde sus hijos puedan crecer con alegría, soñar en grande y construir un futuro lleno de oportunidades.
Gracias al esfuerzo conjunto de voluntarios, aliados y Construyendo, esta familia podrá dejar atrás la incertidumbre de vivir en una casa prestada y comenzar una nueva etapa en un hogar propio, lleno de estabilidad, seguridad y la certeza de que los sueños sí pueden cumplirse.