
A pesar de las dificultades que enfrentan cada día, Jesús Guadalupe Aguilar Rincón, de 35 años, y sus cuatro hijos —Justin Arian que solo estudió hasta la secundaria(17), Jesús Gerardo (14), Imanol (11) y Jade Celeste (10)— se esfuerzan por salir adelante. Jesús es madre y sostén de su familia, y su mayor anhelo es brindarles a sus hijos un futuro digno y seguro. Cada uno de ellos estudia con la esperanza de construir una vida mejor, mientras Jesús lucha diariamente para cubrir lo más básico.
La familia vive con ingresos limitados, que apenas alcanzan para lo esencial. Cada semana destinan alrededor de $1200 para comida, y aunque pagan los servicios de agua y luz, su economía es muy ajustada. Guadalupe no cuenta con un empleo formal y hace todo lo posible por administrar lo poco que tiene para que a sus hijos no les falte lo indispensable. Las escuelas están cerca, a unos cinco minutos caminando, lo que permite que los niños estudien, pero los recursos dentro del hogar son muy escasos.
Su vivienda, aunque tiene piso de cemento y paredes de ladrillo, se encuentra en condiciones muy precarias. El techo es de lámina y no tienen ventanas, lo que hace que el espacio sea oscuro, caluroso o frío dependiendo del clima. Comparten el uso de electrodomésticos entre varias personas y duermen en dos camas prestadas. El baño es incompleto y, aunque el área para bañarse está dentro de la vivienda, las condiciones siguen siendo muy limitadas para una familia de cinco.
Construyendo puede transformar radicalmente la vida de Guadalupe y sus hijos. Tener una vivienda digna no solo significaría contar con un techo seguro y saludable, sino también devolverles la tranquilidad y la esperanza de un mejor porvenir. Gracias al apoyo de voluntarios y aliados, familias como la de Jesús pueden dejar atrás la precariedad y comenzar a construir sus sueños desde un nuevo hogar. Cada esfuerzo, cada mano que se suma, cambia una vida para siempre.